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Las puertas de Agua de Dios no las abrió el Gobierno. Las abrieron las comunidades religiosas y el deporte.

Ancla 1

Yo sí tenía un camino y ese nunca se vio manchado por robos, ni por una cárcel o peleas. Uno llega con una tarea que tiene que cumplir. Viene con una ruta señalada, que en mi caso estaba y aún está en Agua de Dios. 

 

Recordemos el momento: era 1955 y estaba en un periodo de mi vida en el que fácilmente podía perderlo todo, porque, como narré en la anterior carta, a mí nadie me mandaba. Mi mamá me veía y se preocupaba muchísimo, se preguntaba qué hacer, cómo conseguirme una guía. La búsqueda, al menos, no era tan difícil, pues había un montón de sacerdotes en el sanatorio. 

 

Un día de esos en los que más la atacaron los temores sobre mi futuro se dio las mañas para escaparse, para irse, sin que me diera cuenta, a hablar con el cura Pedro León Trabucchi.

 

Él era un italiano grande, de gafas, muy activo y jocoso que pertenecía a la Obra Salesiana y que trabajaba mucho por el bienestar de la juventud.

Me paró en el parque, nos sentamos en una banca y me dijo: “Su mamá vino a hablar conmigo. Usted es bien rebelde, bien fregado y de ahora en adelante yo voy a ser como su papá. Yo soy duro. Si no me hace caso, lo oriento a las buenas o a las malas”.

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El padre Pedro León Trabucchi habla con Vicenta López Neira, quien le pide auxilio por su hijo Carlos Cardona López.

Esas palabras me transformaron y me hacen reír cada vez que las recuerdo, ahora siendo un viejo.

 

Para mi mamá, una campesina que había nacido en Tibaná, Boyacá, era fundamental Dios. De hecho, por la noche era adicta a rezar. Tenía una camándula grandísima con la que oraba por toda la familia. Se la pasaba así durante horas, la mayoría del tiempo moviendo los labios, casi sin abrir la boca. 

Y, bueno, para muchos del sanatorio ese acercamiento a Dios fue una salvación. Es que la diferencia en cómo nos trataban los del Gobierno y los religiosos era, como dirían, del cielo a la tierra. Mientras algunos médicos andaban en sus caballos lanzándonos las medicinas o los policías nos tenían vigilados casi a toda hora, quienes nos daban la mano, sin miedo a tocarnos, eran las monjas y los curas. No digo que no hubiera doctores y enfermeras que nos trataran bien. La cosa es que los religiosos sí nos hablaban de tú a tú, nos hacían sentir humanos. Ellos venían con el convencimiento y la actitud para, incluso, dar la vida por ayudarnos. 

Por eso en Agua de Dios siempre andábamos muy agradecidos con la Iglesia, que, es más, fue la que se dio a la tarea de que a mediados del siglo XIX se le diera un trato digno al paciente de lepra. Por aquí recordamos con cariño a dos grandes sacerdotes que cambiaron la historia del pueblo: Miguel Unia y Luis Mauricio Variara, quienes tuvieron la valentía y el amor para venirse desde Italia hasta estas tierritas, viajando en mula y en barco. Primero llegó Miguel Unia y después lo siguió el padre Variara, quien pisó el suelo colombiano en 1894. Junto a otros sacerdotes y monjas se esforzaron, con todas las complejidades de un país en guerra, a hacernos superar los estigmas y daños de la enfermedad.

Presentación sobre el trabajo de cuatro destacados sacerdotes de la Obra Salesiana en Agua de Dios, Cundinamarca.

Eso había quedado impregnado en la razón de ser de los religiosos que llegaban a Agua de Dios. Siempre nos protegían, sobre todo a los jóvenes. Está el ejemplo de las Hijas de los Sagrados Corazones, un grupo de monjas salesianas fundado en 1905 para que las enfermas de Hansen tuvieran la oportunidad de entrar a una comunidad religiosa, porque hasta el momento no había alguna que las recibiera o, bueno, era como mal visto... Usted sabe, quizá por los mitos, por esa creencia de que la lepra era un supuesto castigo divino. 

Me acuerdo mucho de la madre Isabel, una de las hermanas del Sagrado Corazón, quien ayudó a las muchachas a terminar su bachillerato. Yo doy testimonio de que este pueblo evolucionó gracias a las monjas y a los religiosos, en especial los salesianos. Ellos y ellas hicieron lo que el Gobierno no pudo o no quiso, porque, desde lo que fui testigo, no vi que el Estado se gastara un solo peso en ayudar a los muchachos que se estaban levantando. En mi caso, si no es por el cura Pedro León nunca hubiera llegado a ser lo que soy ahora.
 

Mire que la educación es un tema bien particular, porque si usted lee en los libros de historia de Agua de Dios va a encontrar que la mayoría de escuelas, asilos e internados fueron fundados y administrados por curas o monjas salesianos, presbiterianos y hasta evangélicos. Sí hubo escuelas que eran públicas, claro, pero lo común es que fueran dirigidas por los religiosos.

Esto aún me deja la duda de por qué tanto abandono por parte de las autoridades nacionales, sobre todo para brindarnos formación y entretenimiento, que es fundamental para cualquier ser humano. Éramos enfermos, sí, pero en primer lugar éramos personas. Quizás aplicaban una estrategia que les servía en otros lugares de Colombia, la de mantener un pueblo tonto para que sea más fácil de manejar.

 

En los presupuestos nacionales de la época sí nos tenían presentes, sí había unos recursos específicos para el sanatorio. Aunque, de nuevo, como lo viví y otros lo han contado también, mucho de ese dinero al parecer se veía solo sobre el papel.

 

Pero bueno… ahí está mi Diosito, que es muy grande y muy poderoso, que terminó premiando a Agua de Dios después de tanto olvido.


No me malentiendan, no soy lame ladrillos. De hecho, siempre he sido de libre pensamiento. Pero eso sí, soy admirador de las congregaciones religiosas. Mitigaban el hambre, el dolor y la miseria. Daban fe, esperanza y vida para quienes estábamos encerrados.

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Hijas de los Sagrados Corazones comparten felizmente con miembros de la comunidad del sanatorio de Agua de Dios, Cundinamarca.

Todas eran bien estrictas. Claro que tenían cosas con las que no estoy de acuerdo, como los dogmas. Aunque con el pasar de los años, yo creo que por la misma experiencia de ver y sentir todo lo que pasaba en esta tierra, fueron cambiando para bien.

 

Cada vez que pienso en eso me acuerdo de cosas sencillas y bonitas que alegraron la vida. Los salesianos fueron los que trajeron el primer aparato de cine a Agua de Dios. También los que impulsaban fiestas religiosas y culturales. Por ejemplo, el padre Variara fue también quien creó la primera banda musical, en 1897, siendo una muestra real de que para la población sí podía existir la felicidad y la educación. Tan importante fue esa banda que alcanzó a ser dirigida por Luis A. Calvo, uno de los maestros de la música colombiana, poco después de haber sido recluido en el sanatorio en marzo de 1916.

 

Esas cosas fueron muy importantes porque marcaron precedentes. Y usted sabe que siempre que alguien da buen ejemplo, que lo motiva a uno como debe ser, le puede salvar la existencia. Los religiosos hicieron que Agua de Dios se mantuviera unido… Mire otro ejemplo de los salesianos: ellos permitieron que los pacientes se pudieran casar, en ocasiones a escondidas.  Es que vea usted cómo era de grande la ignorancia que a inicios del siglo XX se había prohibido los matrimonios entre personas sanas y enfermas, en otro intento errado para evitar la propagación de la enfermedad. 

Pero eso no fue todo. A los curitas, por ejemplo, también les gustaba el deporte. Ahí sí que nos entendíamos, mire usted. Recuerdo ver pasar en su motico al cura Pedro León, ese que asumió el rol de mi papá, invitando a la gente a jugar. Esa era como su segunda pasión, y aprovechando que Agua de Dios tenía poquitas cosas, ¡já!, ese señor lo transformó. 

Cuando una vez se fue a Italia, al regreso trajo implementos para practicar boxeo, béisbol y una cantidad de actividades que uno ni se imaginaba. Con eso nos fue cautivando y  reuniendo, sobre todo porque esas cosas diferentes nos permitían superar la miseria en la que estaba hundida el sanatorio.

Álbum de fotografías que muestra a miembros del equipo Unión Deportiva Oratorio Salesiano (UDOS) jugando fútbol y siendo liderados por el sacerdote
Pedro León Trabucchi en 1955 en Agua de Dios, Cundinamarca.

Cada ocho días, los sábados a las 7 de la noche, me invitaba a las reuniones del primer club deportivo que tuvo Agua de Dios. Se llamaba la “Unión Deportiva Oratorio Salesiano”, más conocido como el UDOS.

 

Al principio a mí me daba pena, pero de tanto que me insistió fui y me hice amigo de personas muy distintas a con las que yo andaba. Comencé a practicar baloncesto y ciclismo, que es una de mis grandes pasiones. 

 

De ese viaje a Italia, el cura Pedro León también se trajo una greca y montó una cafetería. A los pocos días me dijo: “Usted, que es mi favorito, va a manejar ese bar”. Yo con mucho gusto lo acepté, pues era mi primer trabajo real en esas tierras.

 

Y salí beneficiado, porque para esa época el que mandaba en el país era el general Gustavo Rojas Pinilla, que comenzó a aparecer en televisión. Al sanatorio se trajeron dos de esos televisores viejitos pero con buen sonido. Uno lo pusieron en la cafetería y así yo me daba el lujo de ver esa pantalla hasta las 10 de la noche.

 

Ahí la pasaba con mis amigos. Ahí también comenzó a cambiar mi vida.
 

Después de tantos años, en definitiva puedo decir que las puertas de Agua de Dios no las abrió el Gobierno. Las abrió el trabajo de las comunidades religiosas y el deporte. 

Carrusel de fotos  de Agua de Dios durante la década de 1950. Imágenes consultadas en 2021 en el Centro Histórico Salesiano, en Bogotá, Colombia. Dé clic sobre las imágenes para conocer su historia.

Cuando nos dejaron salir del pueblo, íbamos a Tocaima donde estaba el club El Cóndor, ellos nos invitaban a jugar y nosotros también nos los traíamos para aquí. Empezamos luego a tener partidos de fútbol con Anapoima, Apulo y Girardot, y, más adelante, comenzamos a ir a Bogotá, en 1956.

 

Claro, hay que decirlo, lo hacíamos pidiendo permiso a las autoridades y con la condición de no escaparnos. Y aún con el estigma y los temores que levantaba el nombre de Agua de Dios, eso era algo único en tantos años de aislamiento.
 
Gracias a Dios nos autorizaron esas salidas, porque detrás del deporte llegaron las familias… Y con ellas, la felicidad.

 

Estas cosas bonitas son parte de lo que somos, las que me han dejado grandes amigos que se han ido de a poco. 
 

 

Hasta una próxima carta,

 

Carlos.

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La situación de precariedad en Agua de Dios se extendió por décadas, desde su creación, a finales de 1870. Esto causó profundas fracturas en cada persona relacionada con la lepra y recluida en el sanatorio. Ante las necesidades de fortalecerse a escala social y espiritual, se fueron generando a la par del aislamiento procesos de construcción de comunidad y la búsqueda de una identidad colectiva, impulsado por los pacientes, habitantes dentro del cordón sanitario y congregaciones religiosas.

Una de las más destacas fue la salesiana, su Obra en Agua de Dios en 1891 por el padre Miguel Unia. Tomó impulso con el trabajo de los padres Rafael Crippa y Luis Variara, quien fundó el Instituto de las Hijas de los Sagrados Corazones para atender con mayor solicitud a los enfermos de lepra y a los niños de la población. El asilo Miguel Unia fue fundado en 1899, construido con el auxilio de los niños de Colombia mediante una campaña de recolección de fondos a escala nacional. Con el dinero recaudado se organizó un oratorio, talleres, salones de clase y una de las primeras bandas musicales del sanatorio y un teatro. Desde 1935 a 1955 fue Hospital para enfermos del bacilo de Hansen.

A esto se sumó la creación de albergues y administración de escuelas, fortalecimiento de la cultura y el deporte, lo que fue haciendo de la Obra Salesiana una parte esencial del espíritu de la población, impulsando también su desarrollo.

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Créditos

Reportería, textos y elementos multimedia:

Alejandra Ramírez Valbuena,

Maria Valentina Chica Guaca, Danna Camila Muñetones Ortiz y

Juan Nicolás Barahona Espinosa.


Asesor de la investigación:

Juan Camilo Hernández Rodríguez

Ilustraciones:

Cristian Felipe Herrera Duque @cristofer215

Agradecimientos a

Luis Carlos Cardona López y su familia;  María Stella Rodríguez, profesora de la Pontificia Universidad Javeriana y doctora en Teología;

Hernán Moya Ortiz, historiador, curador del Museo Médico de la Lepra y miembro del equipo del Archivo Histórico del Sanatorio de Agua de Dios; María Teresa Buitrago, enfermera, especialista en epidemiología y administración de salud ocupacional; y Mónica Stella Jiménez Osorio, coordinadora del Centro Histórico Salesiano.

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Para este capítulo se consultaron los libros "Apuntamientos para la historia de Agua de Dios 1870 - 1920", publicado en 1925 y escrito por Antonio Gutiérrez Pérez; "De Agua de Dios al Mundo", publicado en 1991 y escrito por el padre Julio Humberto Olarte Franco; y "Pinceladas de Agua de Dios", publicado en 2002 y escrito por el poeta y pintor José Ángel Alfonso.

Capítulo 4:

El camino señalado

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