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Ahí está el puente
para cruzarlo o para no cruzarlo
yo lo voy a cruzar
sin prevenciones.
 
En la otra orilla alguien me espera
con un durazno y un país.

- Fragmento del poema "El Puente" de Mario Benedetti.

Ancla 1
 

Cuando escribo cierro mis ojos y tengo a alguien en quien creer… Veo a Dios en estos relatos, llamo a su alma para que se manifieste en mis manos, mente y espíritu. Así van aflorando las palabras y se expresa el sentimiento. 

 

Sentimiento que vibra hasta en los huesos, por el honor de contarle esta historia que no es solo mía. Es cierto que soy el único miembro del primer Consejo Municipal que sigue vivo, uno de los últimos de esa generación que superó la oscuridad y conoció casi desde cero cómo creció la luz en el pueblo, pero a la final soy solo el reflejo de todos los que han construido con su sudor esta historia.

 

Hoy termino este relato de la misma forma que lo empecé: en aquel paso que cambió mi vida. 

 

El Puente de los Suspiros tenía barandas y colgantes de hierro, pero su base era de tablas. Por la noche la gente se las robaba, eso era una lucha. Los camiones a veces no podían pasar por ahí porque era muy angosto. La gente también se agolpaba en su primera llegada y se sabe que había algunos que se lanzaban a las aguas del río Bogotá, rodeados por personas temerosas que iban a ser aisladas y por policías que, al verlos, anunciaban a gritos: "¡Enfermos, enfermos, enfermos!".

Ese fue el primer puente colgante construido en Colombia, en 1872, con una longitud de 120 metros. Durante décadas fue el que conectaba a Tocaima con Agua de Dios. Aunque, bueno, ya lo saben: no servía para comunicar, sino para aislar y olvidar. Ahora está sin ser arreglado, cada vez más consumido por el pasado del que se ha hablado mucho, que unos quieren olvidar y que siempre será necesario abordar.

Carrusel de fotos con imágenes de Agua de Dios tomadas en junio de 2019.

Recuerde usted que los puentes siempre tienen un punto de partida y uno de llegada. Y eso, que parece tan simple, tiene un significado que va más allá del diseño y lo filosófico. Para Agua de Dios significa que aunque nacimos en el dolor, cuando uno cruza el puente descubre que aquí no somos víctimas. Somos guerreros… Somos la felicidad, esa tranquilidad en el centro del cuerpo, del deber cumplido.

 

Hace mucho que no paso por allá, aunque no me hace falta. Siempre que escucho “Puente de los Suspiros” también recuerdo a los valientes que perdimos todo y que construimos desde esa nada. Pienso en mi mamá y papá, en la familia que me dio este lugar, en las oportunidades que han tenido mis hijos y nietos, en las personas exitosas que han salido de Agua de Dios, mi pueblo.

 

Por fortuna, existen esfuerzos para que esa memoria histórica, construida por tantas vivencias y narraciones, sea reconocida y sirva de enseñanza para las nuevas generaciones. Este es el caso del Museo Médico de la Lepra, la Corporación Social para la Rehabilitación del Paciente de Hansen y Consanguíneos (CORSOHANSEN).

 

 

 

 

Destacada es la labor de personajes como el periodista Jaime Molina, quien dirige CORSOHANSEN, una corporación fundada en 2002 con el propósito de acabar con el estigma hacia la lepra y las personas que la padecen en toda Colombia, principalmente en los antiguos sanatorios de Agua de Dios y de Contratación. Su trabajo ha permitido visibilizar nuestra historia y lucha no solo al interior del país, sino internacionalmente, en países como Brasil, Ecuador, Venezuela, Paraguay, República Dominicana y Estados Unidos.

Ya sabe usted que esa tarea, que ahora, con el hecho de que me esté leyendo, llega cada vez a más a ciudadanos de todo mundo, ha sido gestada también desde el amor. Y siendo esta mi última carta, le voy relatar una parte de mi memoria, una confidencia, porque ya le tengo confianza: un regalo que llega por recorrer tantos caminos de la vida. Yo era tímido, muy tímido, y más con las mujeres. Tanto que ni me atrevía a levantar la cabeza en las misas. Como se imaginará, me daba pena acercarme a una muchacha e invitarla a salir. Sin embargo, en un jolgorio, en una de esas fiestas de los pueblos, una paisa me flechó.

 

Fue berraco atreverme a hablarle y, con el tiempo, concretar nuestro compromiso. Pero le cuento que nos casamos un 23 de marzo, como en el 59 o 60. Nos desposamos temprano, muy jóvenes, sin conocernos mucho. Al poco tiempo nació nuestro primer hijo. Detrás de él llegaron mis otros tres niños. Era bonito compartir su amor. Aunque no tenía un trabajo estable, no me permitía que mis hijos pasaran hambre. 

 

Me fui entonces al campo a trabajar el algodón y el maíz para llevar el pan a la casa. Aunque... la ausencia, los problemas de la época y la inexperiencia empezaron a quebrar la relación con esa bella paisa, a quien quiero y respeto mucho por permitirme conformar mi familia, tener unos hijos y unos nietos que nos alegran cada vez que vienen a la casa.

 

Habíamos decidido separarnos. Y por más doloroso que fue en el momento, después de un tiempo y, pa’ qué, aprendí muchísimo.

 

Muchos años después, cuando no tenía en mente tener una pareja, sorpresivamente llegó la mujer que aún hoy me ve escribir poemas y hacer mis pinturas, con esa paciencia y complicidad que solo los afortunados hemos podido experimentar.  Ella se llama Arsenia Corrales, mi compañera. 

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 Carlos Cardona López, ya anciano, realiza una pintura inspirada en el lugar de sus sueños para vivir en 2021.
 

Le cuento que por tomar gaseosa fue que se dio nuestro primer encuentro. Había salido de trabajar, estaba cansado y me había antojado justamente de una gaseosa. Entonces me fui a una de las tiendas, casi a la salida del pueblo, y me puse a lo que coloquialmente le decimos echar chisme con la gente que pasaba. En esas estaba cuando vi pasar a una mujer... Y al instante dije para mis adentros: “De verdad pa’ Dios que esta muchacha es hermosa”. La seguí con la mirada y me quedé en silencio. Aún no me explico de dónde saque las fuerzas para hablarle, pero lo cierto es que de algún modo me levanté y de lo más tranquilo la invité a tomar gaseosa. Ahí comenzamos a hablar y rápidamente me contó que era de mi misma tierra, de Montenegro, Quindío. Así experimenté ese raro sentimiento de cuando uno cree que conoce a alguien sin haber cruzado una palabra. No me acuerdo por cuánto tiempo hablamos esa vez... De pronto fue poco, pero lo suficiente. La llevé en moto hasta su casa, donde vivía con su mamá, cerca de la tienda. Con los días nos volvimos a ver, me presentó a su familia, y, bueno, como dicen... el resto es historia… historia que ya suma más de 42 años.

 

De las cosas más bonitas de este camino con Arsenia es que, como sucedió en los 60 con Agua de Dios, para nosotros significó verdaderamente una nueva etapa. Una en la que lo fundamental era (y es) acompañarnos y disfrutar con el bienestar del otro.

 

Decidimos no tener hijos, y decidimos construir nuestra nueva familia unificando el amor de sus dos niñas y de mis cuatro hijos. Nuestros nietos, tan jóvenes, se sientan de vez en cuando a escuchar estos cuentos y yo termino siempre como novia fea que llora porque el novio se le va. Pero esas lágrimas no son de dolor, sino de alegría, de esa que me hace decir una y otra vez que a Agua de Dios no lo cambio por nada.

 

Es hora de que por fin seamos capaces de cruzar el puente y mirar nuestro pasado sin miedo y con orgullo. Aunque no tenga tablas, aunque sea muy angosto o esté olvidado, hoy por fin puedo decir que ese puente tiene un relato bueno pa’ contar, el de la gente que conoció la vida en Agua de Dios gracias a la voz y testimonio de Carlos Cardona López y de muchísimos, muchísimos más. Entramos, cruzamos el puente y cada uno ha ido partiendo al cielo. Aún tenerlos presentes en la memoria ya es un logro para mí y para mi pueblito.

 

Este gran relato de mi vida lo he plasmado en este poema que hoy recito, leyéndole un poco a usted que tanto me ha leído a mí. 

 

Yo pensé durante muchos años que lo que me pasó fue una maldición. Pero ahora entiendo que ese era el camino que Dios quiso para mí. 

 

Y que parte de ese camino es que usted lo conociera. 

 

Gracias por compartir mi historia, que con humildad la entrego.

 

Desde el fondo de mi corazón y hasta cuando la vida nos vuelva a encontrar...

 

Carlos.

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La construcción de memoria histórica en Agua de Dios abre las posibilidades para explorar su riqueza cultural y se ha vuelto un bastión en la vida social y económica del municipio. La paz de personas como Luis Carlos Cardona López, quienes han encontrado el espacio y el tiempo para nutrir amistades, compartir en familia y el crecimiento espiritual, demuestra la fortaleza que constituye a la generación de la Ciudad de la Esperanza. Su libertad, que hace unas décadas era impensada, es un gozo para ellos, y, a la vez, se muestra a los más jóvenes como una responsabilidad y posibilidad para revestir su territorio como una fuente de desarrollo.

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Créditos

Reportería, textos y elementos multimedia:

Alejandra Ramírez Valbuena,

Maria Valentina Chica Guaca, Danna Camila Muñetones Ortiz y

Juan Nicolás Barahona Espinosa.


Asesor de la investigación:

Juan Camilo Hernández Rodríguez

Ilustraciones:

Cristian Felipe Herrera Duque @cristofer215

Agradecimientos a

Luis Carlos Cardona López y su familia; María Stella Rodríguez, profesora de la Pontificia Universidad Javeriana y doctora en Teología; Jaime Molina Garzón, periodista, fundador y director del periódico Plumas del Poder, de Agua de Dios; y a Edgar Alejandro Rodríguez Gómez y Ángel María Cucuñame, miembros del Centro de Memoria Histórica de Agua de Dios.

Para este capítulo se consultó información documental del la Corporación Social para la Rehabilitación del Paciente de Hansen.

Capítulo 8:

Al cruzar el puente

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