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"Eso es Satanás que está hablando a través de su boca. Esas enseñanzas, ese proselitismo que usted hace, yo en eso, mijo, no lo apoyo": Vicenta López

Ancla 1

Las palabras de mi mamá siempre tuvieron un impacto radical en mi vida. En muchos aspectos cedía, pero en este que le voy a contar no había caso. Ella era de ultraderecha radical.  Yo era un librepensador de 17 años que consideraba como una Biblia a todo libro marxista que cayera en mis manos. Creía que el cambio solo se podía hacer con esa política fanática, la que lo engaña a uno.

 

Ahora que veo las fotos de Alfonso López Michelsen, quien llegó a ser presidente de la República en los años 70, recuerdo con nitidez cuando viajó a Tocaima, Cundinamarca, para formar el comando del Movimiento Revolucionario Liberal (MRL).

 

Este era uno de los partidos de oposición al Frente Nacional, un arreglo entre las élites para gobernar a su gusto en esa época.

Recordemos que, para ese entonces, existían dos partidos que se repartían el poder cada cuatro años. Uno era el Conservador y otro, el Liberal. Aunque tuvieran aparentes ideas distintas, siempre terminaban aliados para no dejar crecer los proyectos políticos que no iban con sus intereses. Eso era un tema berraco para mí y para cualquier joven que piense en el futuro de su país.

 

Alfonso López era una de las figuras que en esa época nos daba esperanza para transformar a Colombia, tras la caída del dictador Gustavo Rojas Pinilla. Cuando López fue a Tocaima nombró a un periodista como presidente del comando del MRL. Como seguía abierta la vacante de secretario, en plena reunión, se paró, me señaló y dijo... 

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Carlos Cardona participa en reunión de Alfonso López Michelsen en Tocaima, Cundinamarca, para consolidar el grupo de miembros del Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) en la región.

Ese día comenzó formalmente mi lucha política. 

 

Me trajo muchos beneficios, claro, porque empecé a tener reconocimiento. También me trajo muchos problemas. Cuando recorro el pueblo y paso por la iglesia principal, que ha cambiado tan poco desde esa época, miro los megáfonos de la torre y recuerdo esa voz que me revolvía el estómago. A las 8 en punto de la mañana, sin falta, el capellán Juan Elsakkers recitaba:

 

– El joven Carlos Cardona está condenado a los puros infiernos. Tiene que quemarse toda la vida por andar pregonando su comunismo.

 

Yo le mandaba razones: “Padre, yo soy un pobre infeliz, yo no tengo en qué caerme muerto. Por favor, no me eche a la gente encima”. Pero él seguía repitiendo su condena, incluso en las misas. Por supuesto, me gané enemigos, gente que no me hablaba y policías que me tenían entre ojos, lo que me da hasta risa ahora, porque tiempo después terminé siendo amigo del cura Elsakkers.
 

En fin. Desde finales del siglo XIX y por casi más de 100 años se había establecido en Colombia la figura del concordato, un acuerdo que unía a la Iglesia con el Estado en diversas funciones. Por ejemplo, era muy común que la educación se le delegara a las comunidades religiosas o que se les dejara decidir sobre los destinos de los matrimonios, lo que no era bien acogido por los liberales.

 

El concordato permitió que, por ley, la religión Católica, Apostólica y Romana fuera la única reconocida oficialmente. Para mantener su influencia en el país buscó establecer una relación muy, muy cercana con los partidos conservadores, con las élites de derecha. Y yo con estas no me llevaba bien. 

 

Incluso recuerdo que, antes de que nos llevaran a Agua de Dios, a mi padre lo golpearon  unos policías de Montenegro, Quindío, en época de elecciones.

 

Lo atacaron simplemente porque él era liberal y no quería votar por Laureano Gómez, el candidato conservador que llegó a la Presidencia en 1950. Ver a mi padre amoratado no fue lo único que me asustó. A mí también me tenían vigilado.

En ese pueblo hacía parte de un grupo de jóvenes liberales, y por mis facetas de líder, un día me dijeron: “Pollo, lo nombramos capitán. Vemos que usted decide y usted orienta”. Ahí empezamos a envolvernos en la misma causa de los adultos, a tener nuestra espina con el bando opuesto. De a poco nos iban siguiendo… hasta el punto que, pensando el asunto con calma, algo siempre me ha dicho en mi interior que yo no hubiera cumplido 15 años si no hubiera salido de Montenegro, porque muy seguramente la Policía conservadora me habría matado.

Aunque a los izquierdistas nos perseguían como a criminales o como a seguidores del diablo, siempre encontrábamos la forma de que todas las semanas llegaran los periódicos de Rusia, Cuba y China a Agua de Dios. Así fui aprendiendo las historias de Mao Tse-Tung y de Fidel Castro, dos de los líderes más importantes para el comunismo a escala internacional y quienes en ese momento eran como la personificación de la transformación social que pedían los menos favorecidos.

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El comunismo era mal visto por la Iglesia, por supuesto. Lo bueno fue que no todos los curitas estaban en mi contra. Había uno, un buen compadre mío llamado

Jaime Rodríguez, sociólogo de la Universidad Nacional. Tenía un vozarrón y cada vez que venía a Agua de Dios para dar misas, a hablar con la gente, me decía al oído: “Carlos, hay que hacer la revolución... Comience a prepararse porque la lucha se viene encima”. 

 

Y pues sí. La lucha se vino. Los del Partido Comunista comenzaron a llegar hasta el sanatorio a buscarme. Decían que me necesitaban, así sin más, y me llevaban a Bogotá. Ahí ya teníamos más libertad para salir, claro, desde que volviéramos rápido. 

 

La mayoría de las veces me iba sin saber qué carajos iba a suceder. Normalmente, después de unas tres horas, cuando íbamos llegando a la capital, me daban una mochila y lo que era equivalente hoy a unos 10.000 pesitos (o casi unos 3 dólares). En cualquier lugar me bajaban y a tirar piedra se dijo, convencido de que así iba a tumbar al poder económico que estaba desde la época de Simón Bolívar. 

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Carlos Cardona y otros jóvenes se enfrentan a la Policía Nacional en Bogotá.

Pero... ¡qué va! Lo único que gané fueron bolillazos y matracazos de la Policía por andar en esas pendejadas. No me daba cuenta en ese momento de que trataban de lavarme el cerebro y que yo... bueno…  yo me comía el cuento, es decir, me dejaba convencer.

 

Me da pena contar esto… Aunque, ¿cómo no hacerlo si el Gobierno se conformaba con darnos la “guayaba” cada 8 días y ese subsidio solo nos alcanzaba para comer a medias? ¿Y la educación, la medicina, la oportunidad de trabajar, de salir adelante y mejorar la calidad de vida? Nosotros estábamos abandonados, a merced de las comunidades religiosas, como les conté en otras cartas.

Mire usted que, a diferencia de lo que muchos creen, por aquí en el sanatorio pasó lo mismo que en las capitales. Siempre había un periódico conservador y otro liberal, como El Alfiler (Liberal) y Senda Libre (Conservador), en los que se enfrentaban duro con el lenguaje.

 

También entre los pobladores se creaban grupos y se salía a marchar. Era entonces natural que de algún modo nos pusiéramos en son de lucha.

 

Presentación sobre diversos medios de comunicación que fueron o han sido creados en Agua de Dios.

Me acuerdo de una tarde en la que estaba tomando unas cervezas con unos amigos y me fui emocionando porque estábamos hablando de comunismo, hasta que salí gritando por el parque principal...

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Carlos Cardona es detenido por un policía en medio de la plaza de Agua de Dios por manifestar sus ideas  de izquierda y causar una conmoción pública.

Él me miró fijamente, apretando sus labios, como si los fuera a reventar. Sus dedos estaban indecisos, recorriendo el gatillo una y otra vez. Yo le sostuve la mirada, desafiándolo. De a poco un pie le siguió al otro, echando hacia atrás. Nos fuimos quedando en un silencio que parecía eterno, hasta que el policía retrocedió y se fue. Hasta el día de hoy no le encuentro explicación, y ya nunca podré averiguar por qué lo hizo.

 

Sentí que mi vida acabaría en ese momento. No puedo decir que no había imaginado antes una situación como aquella, pues en cierto modo estaba jugando con el destino, fantaseando con la idea de ser recordado como un héroe revolucionario que luchó con valentía y fuerza bruta por sus ideales.

Para que dimensione el problema 

le quiero contar una breve historia

Mi tía tenía una finca por el lado del Parque del Café, en pleno Eje Cafetero colombiano, por Montenegro. Unos mayordomos que estaban ahí, en plena violencia entre liberales y conservadores, abandonaron el lugar. En febrero de 1955 aproximadamente, mi tía me dijo que me hiciera cargo de la finca. Yo pedí permiso en el pueblo para salir y me fui para allá convencido de que podría visitar una bella muchacha que vivía en el pueblo de Caramanta, a unos minutos de Montenegro. En las noches dormía debajo de unos palos de café, porque temía que me mataran por la lucha política. 

Según las estadísticas del Departamento de Investigación Criminológica de la Policía, en esa década, el 85.2% de los asesinatos denunciados en el país tuvieron lugar en zona rural, como lo era la finquita de mi tía. En el Quindío, que es mi tierra, el 77% de los campesinos estaban registrados como sindicados, que algunos dirían que son guerrilleros. Y para peor quedar, la mitad de esos, éramos muchachitos menores de 26 años.

 

El caso es que por ahí a las 10 de la noche llegaron unas personas. Ese día me había dado por farolear y ponerme botas vaqueras, que con eso fijo se conseguía novia. La gente que llegó a la finca comenzó a gritar para que saliera el soldado, porque creían que yo era uno, por las botas y el cabello corto. Pero yo iba armado.

Tomé un Smith and Wesson, tenía como 16 o 17 años, y de la locura empecé a darles plomo. Me descubrieron y me devolvieron el plomo. Eso fue un error. 

 

Salí corriendo y me caí en unos cafetales, contra unos alambres de púas. Me arañé todo el cuero. Llegué sin aliento a una casa donde iba a comer. El señor me recibió con una carabina. Me dejó quedarme en su finca y me dijo: piérdase porque si lo encuentran mañana, lo matan. Estaba roto, herido en la cabeza. Le di a guardar las armas al señor y me fui para Montenegro. Le comenté a mi tía, me dijo que denunciara, pero la policía estaba con ellos. 

 

El caso es que me devolví. Volví al pueblo en diciembre. Viajé en una flota hasta Agua de Dios y como a los 3 días llegó un telegrama de que quemaron la casa y mataron los animales. Esa situación aceleró el matrimonio. Establecimos con la chica de las fiestas una fecha para casarnos: 23 de marzo, como en el 60 o en el 59.

 

Me casé temprano, muy joven, sin conocernos mucho. , y el matrimonio terminaría unos años después. 

Curiosamente, el cura que nos casó dejó la sotana seis meses después por una muchacha. 

Ahora me arrepiento de algunas de esas locuras, pero como todo en la vida, uno se estrella para avanzar, para aprender.

 

Por gracia de Dios me pasó lo que me pasó, porque después Él dispuso una serie de inesperadas lecciones sobre el amor, la verdadera valentía y el significado de liderar desde la política seria, la de principios y valores.

 

Entre las idas y venidas, estas historias terminaron siendo positivas para el futuro de Agua de Dios. A pesar de las peleas y los errores, nos demostraron que había gente dispuesta a recuperar nuestros derechos.

De eso hablaré en nuestro próximo encuentro.
 

Hasta entonces,

 

Carlos.

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Aunque en Agua de Dios intentaron aislar a los contagiados de lepra, los fenómenos políticos incidían en su desarrollo y en la construcción de su identidad. Momentos históricos como la Guerra de los Mil Días (1899 - 1902), por ejemplo, redujeron el apoyo y recursos que desde el Gobierno se brindaban para la manutención de los enfermos. El crecimiento de problemáticas y necesidades generó movilización ciudadana, traducida en la conformación de grupos para apoyar a los partidos más grandes de la época, el Liberal y el Conservador, y de medios de comunicación por el beneficio de la comunidad del sanatorio, buscando incidir en la opinión pública al visibilizar diversas problemáticas y exigir la acción del Estado.

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Créditos

Reportería, textos y elementos multimedia:

Alejandra Ramírez Valbuena,

Maria Valentina Chica Guaca, Danna Camila Muñetones Ortiz y

Juan Nicolás Barahona Espinosa.


Asesor de la investigación:

Juan Camilo Hernández Rodríguez

Ilustraciones:

Cristian Felipe Herrera Duque @cristofer215

Agradecimientos a

Luis Carlos Cardona López y su familia;  María Stella Rodríguez, profesora de la Pontificia Universidad Javeriana y doctora en Teología;  Hernán Moya Ortiz, historiador, curador del Museo Médico de la Lepra y miembro del equipo del Archivo Histórico del Sanatorio de Agua de Dios; y Mónica Stella Jiménez Osorio, coordinadora del Centro Histórico Salesiano.

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Para este capítulo se consultó información documental del Centro Histórico Salesiano; los libros "Batallas contra la lepra: Estado, Medicina y Ciencia en Colombia", de la investigadora Diana Obregón Torres; "Apuntamientos para la historia de Agua de Dios 1870 - 1920", publicado en 1925 y escrito por Antonio Gutiérrez Pérez; "Pinceladas de Agua de Dios", publicado en 2002 y escrito por el poeta y pintor José Ángel Alfonso; y material de video de Señal Memoria, del Sistema de Medios Públicos (RTVC).

Capítulo 6:

La revolución

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